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Tras el multitudinario viaje del Toubkal y Sahara de fin de año 2018 – 2019 y los interminables quilómetros de ir y volver de la dunas, nos quedamos un pequeño grupo para realizarla extensión de la salida al Jebel Siroua
En este aspecto cada vez envidio más los años que los franceses nos llevan ganados en la cultura de montaña. Nosotros todo es a lo más fácil, seguro y famoso. Al Toubkal paladas de gente, otros destinos …. Desconocido = a no interesante. Nos falta aún años, muchos años de transitar por distintas montañas del mundo, para paliar este grave y básico error de interesarnos solo por las más famosas, o lo que es más triste, interesarnos por aquellas que les interesan a los «otros».
Por suerte gracias a la alta asistencia en el programa del Toubkal me pude plantear el Siroua, aunque sabía de la extensión no sería rentable, ni a mí agencia ni a la empresa a local con la cual trabajo, pero todo queda en familia. No deja de ser una especie de inversión, principalmente vital, que es la más importante de todas.
El Jebel Siroua es la cumbre más alta del denominado Anti Atlas, un pequeño macizo pre-sahariano de transición entre la gran cordillera y el mar.
A pesar de su relativa poca altura, (lejos está de los 4mil metros del Toubkal, apenas asciende algo más de los 3.300 m) siempre tiene nieve en las cumbres durante el invierno y la primavera. Tiene un micro clima mucho más seco que el Atlas, pero a la vez frío y continental. De hecho cuando nosotros visitamos la montaña a duras penas estaba cubierta por una capa de más de un palmo de nieve, pero la misma estaba dura y uniforme, con lo que aparentaba estar mucho más innovada de lo que realmente estaba.
Siroua está lejos en todos los sentidos. Un largo trayecto en coche, poblaciones dispersas y una carretera que serpentea y simula no tener fin por unos páramos en los que parece no poder haber poblaciones más allá. Pero las hay, solitarias, concentradas, autosuficientes, relativamente grandes, ricas y pobladas, con niños … a diferencia de las poblaciones de montaña de la mayoría de montañas de Europa, donde – fuera de los círculos turísticos — solo pueblan viejos y la esperanza de vida se mantiene en un efímero y trasparente equilibrio.
La primera tarde la pasamos en las cercanías de Tachakchte donde se situa el refugio en un recodo de la carretera. Visitamos el poblado tras la llegada. Los niños, curiosos y atentos a la novedad de ver algo tan extraño como los turistas, nos van siguiendo por las callejuelas de tierra de la población. Paramos a comprar en una pequeña tienda y no se me ocurre nada más que darles un gran paquete de galletas de chocolate para merendar. Al momento, ante nuestro asombro, se desata una verdadera batalla campal. Por suerte puedo arrebatar el codiciado paquete a los niños y dárselo a un mayor que, como puede, pone orden para repartir el festín. Mi hijo, que me acompaña en la salida, se queda sorprendido del espectáculo vivido. Un áspero e incómodo aprendizaje más que comporta la universidad del arte de viajar.
Al día siguiente empezamos a caminar en las cercanías de la población de Amassine, la cual nos sorprende con la colorida torre de la mezquita y la enorme Cashba (en su día hotel) que corona la población.
Seguimos por terreno verde y a la vez árido, pasando por los Azibs Zan donde comemos. Un terreno casi abandonado ahora en invierno y que en otoño se llena de recolectores de azafrán, el oro rojo de la región. (pudimos comprar 1 gramo de azafrán por 2 dírhams, en Marrakech vale 8, en Europa ni idea de los que puede valer un gramo, pero seguro que varios euros)
Por la tarde bordeamos el cresterio del Jebel Amszdour, traspasando el collado homónimo. Desde este elevado punto podemos ver al fin el Jebel Siroua en toda su magnitud. Descendemos por la tarde hacia la zona de los Azibs Iriri, pasando por unas curiosas cuevas bajo formaciones de basalto.
Llegamos con la tarde avanzada y dejamos escapar las últimas luces de día mientras descansamos dentro de una cabaña y nos preparan la cena. Me encantan estos lugares lejanos y rudimentarios, sin más comodidad que la luz de día que se escapa como la arena entre los dedos. Pasa el tiempo, baja la temperatura, todo es sobrio y austero. Llega la cena caliente, reconfortante, apetitosa, impregnada de los olores de antaño. Tras ella el calor del saco, la dicha de descansar por que sí, solo .. porque al día siguiente nos espera una bonita y agradable ascensión.
El día de cumbre madrugamos menos de los previsto y salimos un poco tarde .. Moha se desespera … “siempre pasa lo mismo con los españoles … si fuesen franceses ya estaríamos a medio camino” (No lo dice, pero lo piensa … lo sé … con el tiempo ya somos casi hermanos, nos entendemos sin necesidad de hablarnos)
No pasa nada …. El día es bello, tenemos horas y la montaña muestra su mejor cara … ¿qué más queremos? La subida a la cumbre es fácil pero variada, con un primer collado secundario, otro segundo más importante, una extensa pala y un altivo flaqueo en busca de la brecha final de la via normal.
Los últimos metros transcurren por una breve y aérea trepada por rocas en bastante buen estado de salud. Hasta encontramos unos parabolts que nos permiten instalar un pasamanos de seguridad. Fotos de rigor en la cumbre. Soberbio espectáculo en forma de enorme paisaje. En el imaginario otro proyecto futuro. La travesia Jebel Siroua – Jebel Toubkal. 12 días. Tiempo al tiempo.
Descenso de tarde. Sombras frías de enero. Todo parece quieto, inerte, el frio da esta frágil sensación. Al llegar a los Azibs nos espera la camioneta para volver. Pista larga donde las haya. Suerte que la realizamos sobre cuatro ruedas … se hubiese hecha eterna. Noche de nuevo en el refugio de Tachakchte. Sopa caliente, estancias gélidas. Vida austera. Hospitalidad primitiva.
Actividad realizada con la compañía de Jordi Maqueda, Carlos Gallego, Mohmad y mi hijo Dídac.