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A principios de diciembre del 2017 realizamos nuestro primer trekking en el desierto de Sahara, en concreto en las Dunas de M’Hizad Ighzlan.
El primer día llegamos a punto de media noche, ya muy tarde, al aeropuerto de Ouarzazate, donde hicimos un rápido traslado al hotel y tras una fugaz y rápida cena, nos fuimos a dormir para reponernos del siempre cansado trayecto de avión.
Al día siguiente tomamos el vehículo (micro bus) para cruzar, siempre hacia el S.S.E, el pedregoso macizo de que separa la cuenca de Ouarzazate del valle de Draa, donde durante quilómetros observamos el enorme palmeral y los oasis.
Realizamos una corta parada en Zagora, donde realizamos las últimas compras y disfrutamos del último café bebido dentro de un establecimiento – bar. A medio día llegamos al pueblo de M’Hamid Ighzland donde nos esperan ya los camellos. Iniciamos la marcha tras comer un improvisado picnic ya en terreno descubierto, en el lugar donde nos deja el vehículo.
La excursión de tarde discurre por una especia de gran lecho de un rio seco. Codos y cortezas secas de barro, que asemejan baldosas que se rompen y crujen a nuestro paso, nos acompañan en nuestros primeros pasos hacia las dunas.
Pernoctamos en medio de un sistema de pequeñas dunas donde aún abundan dispersos arbustos que nos facilitan leña para la noche. Tras merodear por las dunas, disfrutar de la puesta de sol con un buen té y una abundante cena en la carpa, iniciamos lo que será el ritual de las próximas noches: cantos bereberes a la luz del fuego, la luna llena y un sinfín de estrellas en el firmamento.
Al día siguiente seguimos por el lecho del rio seco donde encontramos pozos, camellos y pastores de camellos. Al contrario de lo que pudiese parecer, las temperaturas diurnas no son demasiado cálidas y las nocturnas no llegan al punto de congelación.
A principio de la jornada hasta llegamos a pasar un tramo de vegetación baja verde y relativamente abundante donde pastan cabras. Ahora por ahora el desierto nos sorprende con cierto frescor y abundancia de vegetación que no esperábamos.
A partir del mediodía el paisaje cambia radicalmente. Dejamos definitivamente del lecho del rio seco y nos adentramos de pleno en las dunas. Al poco vagamos por un paisaje irreal, espectacular, infinito.
Montamos campamento en medio de las dunas, en medio del mar de arena. Merodeamos aquí y allá realizando un sinfín de fotos mientras los guías locales montan campamento, preparan el té y las palomitas y la posterior cena. Momentos de buena compañía entre el grupo, de relax, de contemplación.
“A tus atardeceres rojos, de acostumbraron mis ojos…” bella e inolvidable puesta de sol entre las dunas del Sahara. Todo parece eterno e infinito. Una calma que parece haber existido en este lugar desde el inicio de los tiempos. Es extraña la situación. Solo pasando las horas en medio del desierto uno llega a concebir lo mágico de la situación.
Nueva noche de cánticos bereberes junto al fuego, con la leña traída de lejos por nosotros mismos, que cargamos duna arriba y duna abajo desde el ya lejano lecho del rio seco. Estamos en medio de la nada.
Al día siguiente merodeamos por las dunas. Jornada de viento en que el desierto, sin mostrarse desagradable, sí que parece dispuesto a llenarnos de fina arena por doquier. La ropa, el pelo, las fosas nasales, la boca… en todos lados se va posando la esencia del desierto: la arena inacabable, infinita.
Al fondo, hacia el norte, divisamos el tórrido y árido macizo del Jebel Baní. Tras un recorrido en forma de “U” finalizamos el trekking en la población de Ouled Driss, hermana de M’Hamid Ighzland donde empezamos.
Noche de hotel, una ducha de agua caliente, te, palomitas, y cena al anochecer, de nuevo con cánticos y danzas. Finaliza aquí el corto pero intenso periplo del desierto.
El último día es de tránsito hacia la lejana población de Marrakech, donde pasamos la tarde merodeando por el zoco. Compras, cervezas (por fin), una buena cena y la mágica plaza de Jamaa El F’na.
Tuve la suerte de realizar este bonito y corto trekking en compañía de mi hijo Dídac. Creo que el viaje siempre será la mejor escuela para él. Participaron también mi viejo amigo Salvador López y otros ya habituales de mis aventurillas como Eugeni y Silvia. A parte unos nuevos venidos a nuestros corazones, Jon, Adur, Abel y Marta. Juntos tuvimos la enorme suerte de compartir estos grandes días con nuestros guías ya habituales de la familia Azdour.
Sin duda este será un primer trekking al desierto de lo que, con toda seguridad, será solo un punto y seguido… próximos trekkings nos esperan en otras zonas del Sahara. Seguro. Hay mucho terreno para conocer en el infinito de arena más grande del planeta.