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Hace ya bastantes años que fui por primera vez a la zona del Toubkal, en concreto fue en un ya lejano año 1991 y esta pequeña aventurilla a Marruecos fue nuestro primer viaje fuera de Europa de la que entonces era mi pareja, Neus Domènech, y yo.
En aquellos tiempos, a la tierna edad de 20 añitos, fue toda una aventura. La zona del Alto Atlas ya hacía años que era un destino común para bastantes montañeros europeos, pero no estaba ni de lejos tan concurrida como en la actualidad. Marruecos aún conservaba ese margen de exótico y aventura que hoy en día aún es fácil de encontrar si marchamos de la zona concreta del Toubkal que concentra más del 90% de los montañeros extranjeros.
Nuestro primer viaje lo hicimos todo en transporte público no aéreo. Un rosario de trenes, ferry, autobuses y taxis colectivos que nos llevaron de Barcelona a Imlil. Imlil era una población bastante más pequeña que la actual, quizás algo más de la mitad en volumen urbanístico de lo que hoy encontramos. Más allá de Imlil no había pistas, solo caminos para realizar a pie o en mulas. Imlil ya mostraba claros signos de la influencia del turismo… bares, hotel, algún albergue. Aremd aún se mantenía al margen del turismo. Solo te podías hospedar en casas particulares que aún no cumplían los cánones del que hoy en día consideramos un albergue.
Recuerdo que la parte baja del rio, justo en la explanada situada tras dejar atrás el pueblo de Aremd, las aguas estaban más canalizadas y te obligaba a descalzarte para pasar el curso de las aguas. Quizás por una diseminación artificial de la canalización del agua o por los efectos naturales de alguna crecida desproporcionada, la realidad es que hoy en día se cruzan varios cursos pequeños de agua, pero ninguno grande. La subida al refugio Netler seguía el mismo trazado que en la actualidad, si bien no habían apenas chiringuitos intermedios y Sidi Chamharouch solo era un diseminado conjunto de piedras, el santuario y alguna que otra cabaña donde ya podías comprar bebidas embotelladas y algo de comer.
En lo que hoy en día es la actual zona de refugios, solo había uno, el Netler. Hoy en día la construcción más pequeña y en desuso. Cuando nosotros llegamos estaba ocupado por suizos y no pudimos dormir dentro. Nos tuvimos que conformar con una ruin estancia libre adosada y a realizar vivacs por los cordales.
Durante aquel primer contacto con el Atlas, en un mes de abril, pudimos disfrutar de unos días de tiempo excelente y de las buenas condiciones que acostumbran a reinar en la primavera. Agradables temperaturas durante el día, frio durante la noche, nieve aún abundante y en buen estado, aristas limpias, etc…. Realizamos diferentes ascensiones, entre ellas la cresta O.S.O. del Toubkal, el corredor N.E. del Ras y casi todos los cuatro miles a excepción de los Afella y el Biiguinnoussene. Realizamos vivacs en collados como el del Tizi n’Ouagane.
A excepción del día del Toubkal, no encontramos a nadie por las cumbres, aristas y collados, y eso que era semana santa, pleno auge del turismo europeo. También es cierto que veníamos después de la 1ª guerra del Golfo, aquella que se produjo tras la invasión de Kuwait por Iraq, justo en un momento en que las autoridades europeas te recomendaban no visitar el Magreb, lo que había repercutido muy negativamente en el turismo local; pero ya sea por un motivo u otro, las montañas del grupo del Toubkal eran mucho más solitarias que en la actualidad. Soledad muy fácil de re-encontrar si nos dirigimos a cualquier otro macizo de menos de 4mil metros de altura en el Atlas (que hay a patadas, con cumbres de 3.800 y 3.900 m que nada tienen que envidiar a la más altas).
Tampoco marchamos sin algún que otro susto en el cuerpo, como el que nos representó el alud de piedras que sufrimos en la parte baja del corredor del Ras. Toda una temeridad por nuestra parte, ya que emprendimos el corredor de bajada a pleno sol y por la tarde, a unas temperaturas que nada bueno podían pronosticar.
Años más tarde, me sorprende la perspectiva del paso del tiempo… marcha tan rápido! Se nos escurre como la arena entre los dedos y nada más podemos hacer para retenerlo que intentar aprovecharlo al máximo.
Para mi volver de nuevo con frecuencia a la zona del Atlas en una extraña mezcla de dedicación profesional y las ganas incansables de escalar y subir montañas, ha representado un feliz reencuentro entre los ya lejanos recuerdos de la juventud y los numerosos proyectos de futuro. Algunos de los adultos que conocí en mi primer viaje ya no estarán, algunos de los niños que entonces posaban para las fotos igual ahora son los encargados de algún hotel o de las agencias turísticas, algunos de los guías que han acompañado a mis grupos en las ascensiones, ni tan solo habían nacido cuando visité estas montañas por primera vez. El tiempo pasa, cambian los intérpretes de la efímera obra de teatro de la vida, pero las cumbres siguen allá, imperturbables, eternas, ajenas, bellas.
Autor PAKO CRESTAS